martes, 9 de diciembre de 2008

El Día que decidió Hacerlo.

Esa mañana se quedó en casa. No tenía que ir a trabajar, ni mucho menos dedicarse a otra cosa. Sabía que quería hacerlo y que el momento había llegado. Por tanto, centró su mente en el momento, en la hora, el lugar y hasta en el rostro que pondría una vez llegara el momento de llevar a cabo su plan, dejando que la planeación no se fuera en consideraciones sino en el placer de saber que no refrenaría más sus ganas de hacerlo.

Con toda la calma se quedó un rato mirándose en el espejo del baño, y como si se tratara de un ritual, encendió un cigarrillo mientras se observaba semidesnudo. El vapor de la ducha se mezclaba con el humo de su tabaco, formando un olor extraño para todos excepto para él. EL placer comenzó entonces a salir de su mente y a regarse en sus venas, como si cada latido del corazón estuviera contribuyendo a una sinfonía que fuera incrementándose con el gozo de cada minuto transcurrido.

Se dirigió a su cuarto tras el ritual del baño, con el cigarrillo encendido aún, y la toalla colgando de su cintura. Los tatuajes de los brazos brillaron fríamente ante la luz del sol, como si la blancura de su piel estuviera sacándole la lengua al color del sol matutino. Entonces recordó que no había cumplido los rituales necesarios para una fecha tan importante como aquélla: el día que había decidido quitarle la tranca a las ganas y cumplir sus deseos más íntimos. Se arrodilló a rezar, aunque sabía perfectamente que no estaba rezando a Dios sino a sí mismo, por permitirse aquella sensación bandida, cómplice, malvada. Cuando no le quedaron más sacrilegios por soltar en los idiomas que dominaba, se levantó y se irguió en una desnudez orgullosa, libre de cualquier imperfección física. Entonces escogió su ropa.

Sacó del fondo de su armario algunas prendas. Las había comprado sabiendo que llegaría aquel momento. La ingenuidad de la ropa que jamás ha sido lavada ni usada se respiraba en los crujientes sonidos que parecían emitir al entrar en contacto con la piel y que terminaban por crear un aura de infames ruidos que no debían existir para una situación como la que se avecinaba. Indignado, se quitó toda la ropa nueva y caminó desnudo hasta la lavadora, donde sometió cada prenda a un lavado concienzudo con un secado máximo. Finalmente, el silencio se hubo apoderado de las fibras de tela y por fin pudieron éstas cubrir el cuerpo ansioso de entrar en acción.

Subió entonces al armario y escogió un maletín largo y poco pesado. No lo abrió, ya consciente de la experiencia de la ropa nueva; lo que contenía el alargado maletín valía mucho más la pena que unas vulgares prendas. Por eso se dirigió con él a la cocina, donde la tetera anunciaba el calor perfecto que debía tener el té de las grandes ocasiones que bebía en lugar de una taza de chocolate, y el pan árabe que debía comer en las cantidades exactas para evitar el hambre sin caer en la llenura. Siguiendo con la ritualidad que dominaba la callada mañana, desayunó en silencio.

Decidió profanar después la situación al bajar al parqueadero y entrar en su lujoso automóvil, dejando en el asiento trasero el maletín alargado. Se colocó unos lentes oscuros, protegiendo sus ojos para el momento en que los requiriera libres y listos. Sin mucho afán, puso en marcha el motor y en el radio se elevó una melodía acorde para el momento: El Réquiem de Mozart, pero decidió programar el reproductor para que sonaran melodías entremezcladas con el Dies Irae. Aunque los sonidos ordinarios de la calle cruzaban intrusos el ambiente que tenía el vehículo, el conductor no se inmutó en lo absoluto. Solo escuchó con gran respeto la música, dejando que ésta desenrollara en su mente el gran plan, trazado desde hacía años con la paciencia que sobrevive a los sentimientos que abrasan la mente y el corazón.

La ruta prosiguió sin mayores contratiempos hasta el centro de la ciudad. Emulando la normalidad de todos los días, entró al edificio y saludó a los vigilantes. EL ascensor zumbó pacíficamente mientras subía hasta el lejano piso 109, oficina 5. Su oficina privada.

Entró con calma. No había mirones cerca, dada la intensa altura del edificio, y esa sensación solo incrementaba su sensación de poderío. Se dirigió hacia la ventana de cristales que se oscurecían ante los rayos del sol y siguiendo con diabólica precisión su plan, revisó que el vidrio que estaba tras su silla tuviera una pequeña ventana adicional, que le permitiría abrir con vista privilegiada hacia la calle a sus pies. Como un dios que custodia las alturas, pensó.

Se sentó bajo el escritorio. Allí oprimió un botón bajo su lujoso escritorio de madera de cedro de palestina, uno botón que interferiría con una grabación de sí mismo trabajando eternamente en unos papeles, y que no dejaría rastros de lo que planeaba hacer. De la misma manera, encendió el reproductor de música con su tema predilecto: Aryen pour Mine, de la Opère des Vampiros.

La música tuvo un efecto de epifanía. Con fruición, destapó entonces el maletín y extrajo un fusil de francotirador, que tomó varios momentos en armar y calibrar. Abriendo levemente la ventana, calculó su ángulo hasta ser realmente invisible a cualquier ojo que desafiara a las alturas y al sol abrasante. Nadie en el piso estaba presente, al haberles dado él, el dueño del grupo editorial, el día libre.

Entonces sacó el arma y apuntó. A través de la mira telescópica, observó caminar fuera del Hospital Central al infame asesino, al hombre que había tomado la vida de su esposa en una cirugía inútil y que había salido limpio de cuatro juicios gracias a su amistad con los jueces corruptos cuyas amantes abortaban en el hospital donde aquel matasanos reinaba con la absoluta impunidad que sólo un dios de las alturas como él podía castigar con la precisión exacta. El hombre avanzó unos pasos, inseguro por momentos. El hombre que apuntaba entonces tensó el cuerpo y se concentró en el gatillo, pronto a accionarlo con suficiente tiempo.

Los brazos fieros aferraron el arma buscando la cabeza. El asesino caminó por la calle, escondido en su impunidad, invencible, inocente, viviendo un día más.

Entonces, el doctor DeGrasso levantó la mirada. No vio nada más que un destello de sol, y un leve color metálico que presto a chispear pareció el dedo de Dios, señalándole de las alturas. Luis Sanz de Santamaría sostenía el fusil y por un momento observó aquellos ojos que tanto odiaba.

Estaba listo para cobrar venganza.

Un segundo eterno transcurrió antes que un automóvil levantara por los aires al doctor DeGrasso. Ante la mirada aterrada de Luis, el doctor voló por los aires, para caer bajo las ruedas del autobús que venía tras el vehículo que le había arrollado. Había sido tal su concentración que había seguido el rapidísimo vuelo del culpable hasta verlo desaparecer en las sombras de las ruedas que ahora lo aprisionaban, lejos del alcance justiciero de su arma.

La gente se arremolinó y el sol bajó sus rayos; el vengador escondió su arma de la ventana y quitó la mira del fusil para no perder detalle alguno. Espiando a través de aquel ojo, observó cómo sacaban bajo las ruedas del autobús el cuerpo torturado de aquél que le había quitado a su esposa, de aquel que se había reído en la cara de la justicia, con la mueca de haber contemplado a una muerte galopante que le hubiera escupido el rostro en forma de sangre mezclada con la suciedad de una calle céntrica. Contempló la dantesca escena hasta saciarse, contento de sentir que aquel verdugo reposaría para siempre en los infiernos. Al desviar la mira, vio algo que le estremeció.

Juanita, su esposa, contemplaba la escena, alejada de la escena fatal. Con un horror sobrehumano, un horror de rayos de sol ante la sonrisa de la muerte hecha mujer y carne en un recuerdo que debía ser sagrado hasta para el más consumado de los paganos, Luis se aferró el monóculo a su ojo y contempló cómo la imagen, tras sonreírle con su misma mirada de venganza, se desvanecía en el paso fugaz de otro vehículo que lograba sortear el embotellamiento del tráfico. Solo entonces se dio cuenta que habían pasado tres años de viudez, en los cuales sólo había deseado el momento en el cual pudiera castigar tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta miseria.
Desarmó el fusil y lo introdujo de nuevo en su valija, enfundando sus manos en guantes y limpiando hasta la última huella digital que quedara. Aún resonaba en la oficina la última estrofa del Aryen pour Mine, de la Opère des Vampiros, cuando cortó la música y se quedó sumergido en el vacío infinito de los que se van tras el velo de la muerte.

Sintió la tentación de arrojarse por la ventana, o de dispararse en la frente con su fusil.

Lentamente empezó a forjarse en su mente un nuevo plan de venganza. Ya habría otros rituales, otros momentos que le hicieran sentirse tan vivo y tan perfecto como lo había sido aquel día. Por primera vez en mucho tiempo, sonrió mientras dejaba el fusil guardado en el asiento trasero del auto lujoso. Y entonces, silbando su canción, se encaminó al hospital, donde el camino hacia el cuerpo de su enemigo estaba marcado por un hilo de sangre que se extendía a la sala de emergencias. Cruzó la calle con cuidado, y antes de entrar al hospital vio en el reflejo del vidrio de la puerta el reflejo de su esposa.

Esta vez el pánico no apareció. La mujer le hizo una despedida con la mano, y Luis entendió que a pesar de estar envuelta en el halo misterioso de la muerte, ella se había adelantado a su venganza para llevarse junto a ella a aquel monstruo de bata blanca y corazón negro. Se desvaneció como si fuera humo ante sus ojos, y Luis entró al hospital para disfrutar de aquel momento que si bien no era de felicidad, era de una sensación de fortaleza que durante el tiempo de su existencia en la tierra jamás volvería a repetirse.

Bogotá, 9 de diciembre de 2008.

jueves, 16 de agosto de 2007

Una Tarde Bogotana En la Plaza de Bolívar

Por: Paul Contreras.


Desde el momento en el que el visitante se acerca caminando bajo los aleros del reconstruido Palacio de Justicia, la luz que proviene del sol que baña la plaza parece crear la ilusión de estar llegando a un universo diferente lleno de momentos que flotan en el aire como historias esperando ser contadas. Al instalarse la imagen de un Bolívar autoritario, imponente, dando su nombre al lugar, la ciudad se convirtió en un palco cuyo ruedo sería la plaza. Un ruedo que albergaría grandes eventos de la historia de Colombia.

Es así como en 1846, la obra de Tenerani comenzó a presidir dichos momentos. Sobre sus losas frías, de asfalto modelado entre ladrillos, pasaron en 1948 las turbas furiosas del Bogotazo, solamente superados en estruendo en 1985 por los esfuerzos heroicos de las Fuerzas Armadas de Colombia, en una desesperada maniobra por retomar el Palacio de Justicia acosado por las fuerzas insurgentes del entonces movimiento M-19. En la memoria de los colombianos de las generaciones recientes yace la imagen de una plaza de Bolívar iluminada por las llamas anaranjadas del incendio desatado por los rebeldes y alimentado por los contraataques de los militares, en instantes de silencio que las cámaras registraban para el futuro. Ahora, muchos años después, como un visitante más, contemplar el nuevo edificio perfilado contra los cielos blancos de nubes resulta un tributo silencioso a esos momentos.

Basta con recorrer las esquinas para que el silencio de las historias cotidianas acabe con la soledad que queda de ver cómo los edificios que la rodean se dibujan, imponentes, como murallas que cerraran el paso a quien tratase de irse sin pagarles un tributo de admiración. Cada losa, cada ladrillo, cada imagen que la conforma pareciera estar detallada cuidadosamente, desde las palomas grises que corretean huyendo del paso de los niños hacia las parejas tímidas que les obsequian con maíz adquirido con los mismos vendedores; con los ancianos que hablan de los últimos eventos, en un tono que permite escuchar sus conversaciones sin mayor esfuerzo al caminar; o las familias que vienen a conocer este lugar y tratan de captar sus mismas historias, dando el color del día que la plaza vive. En este caso, es un domingo bogotano, frío, pero calentado por el ambiente que da el Carnaval de Verano, en medio de comparsas y música que nos cortan la Plaza en dos: una, en la que los asistentes al Carnaval, que ríen y observan el espectáculo, y otra en donde los visitantes casuales quedan recluidos en la otra mitad, observando el paisaje, imaginando y recordando. Desde las pantallas de televisión que nos narran momentos perdidos en el pasado hasta el momento en que el aire nos trae tantos sonidos incomprensibles pero que unidos forman la música que llena este lugar, estar en la Plaza, así sea fugazmente, sumerge a sus visitantes y habitantes en una especie de sueño cálido y único.

Ya sea por curiosidad, por tocar la envejecida y orgullosa madera del gigantesco portón de la Catedral Primada, de estar frente a las barreras que protegen y hacen lejano y legendario al Capitolio Nacional, con sus miles de ruidos y escándalos, mientras que enfrente suyo reposa el Palacio de Justicia en el silencio de sus muertos y sus heroísmos, por compartir junto a Bolívar su grandeza de bronce, por corretear a las palomas o sencillamente para escribir alguna historia de amor junto a esa persona especial, vivir la experiencia de pasear en ella resulta indescriptible. Así como en la tarde en que el bronce de la estatua miró por primera vez a los visitantes, convirtiéndose en el testigo privilegiado del tiempo, la experiencia de una tarde en ella queda para siempre impresa en el sentimiento de ser colombiano.

miércoles, 4 de julio de 2007

Una Palabra en medio de la Nada.

Poder encontrar en el desierto una palabra es un milagro.

Quizás en ese desierto en el que nos encontramos, mudos, compartiendo una soledad en medio de las restricciones más sólidas, tratando de mantener viva una esperanza.

Tratar de fecundar mi esperanza con tu arrogancia, como esperando que de la lava surja la flor al contacto con el agua, en la falda del volcán.

Tratar de tocar el nervio en carne viva, así sea con una lágrima.

Encontrar el camino en medio de la selva, aunque negando el sol y prefiriendo las sombras.

Así, he de hallar el camino para asirme a tus sentimientos, quizás desdeñando el hacerlo de tu cuerpo, del éxtasis abrasador de tus caricias, del veneno con que tu boca mata mis razones, garantizándoles la resurrección cuando tus acciones golpean mi corazón.

Corazones sólidos y fuertes, que se estrellan y que buscan dominar en vez de rendirse. Algún día, corazón feroz, sacrificarás en tu altar lo que más amas!! San Julián no te conocía, pero estoy seguro que su ciervo negro herido te diría lo mismo.

Y ahora, en el desierto, busco la palabra necesaria, aunque no en la arenas hirientes, sino en mí mismo, en tí misma, en lo que hace florecer nuestro alrededor, pero también en lo que mata lo que queda.

Mira tu corazón, quizás puedas hallarla también.

martes, 5 de junio de 2007

Posteabilidad Temporal

Y me acaba de aterrizar este dizque test posteable. Bueno, si lo leen ya saben que les toca ponerlo en sus blogs... y si no... pues entonces sigan escribiendo cualquier cosa.

¿Qué hacías hace...

10 años?

Estaba apenas saliendo del servicio militar, solo para encontrarme con que no podría estudiar periodismo, así que me metí a trabajar en el Nintendo de un amigo, y así me pasé unos buenos meses. Después me metí al SENA, estudié y bla bla bla.

5 años?

Estaba en pleno ingreso a la Universidad a estudiar ingeniería, trabajando en SIT, y aprendiendo a bailar vallenato.

1 año?

Haciendo los papeles para entrar a estudiar Periodismo y reponiéndome de la peor depresión que haya tenido a lo largo de mi vida.

1 mes?

Con problemas de celos crónicos, estudiando, disfrutando de mi trabajo.

Ayer?

Bebiendo unas excelentes cervezas con Yamil y con Edwin.

Hoy?

Escribiendo.

***************************

Y por supuesto, escuchando a Smashing Pumpkins!!!!!

miércoles, 30 de mayo de 2007

La Keeríada - Pasaje final.

S. Pensó con calma cada punto de aquel sentimiento. Por primera vez en años, estaba sereno, tranquilo, sin palpitaciones sobre el corazón y en plena posesión de sus emociones, mientras los sentimientos se desgastaban solos, como si fueran caramelos tratando de sobrevivir en un vaso con agua. Bajo la oscuridad de su habitación, lentamente comenzó a sentir que la fuerza, ya no nacida del odio por N. ni por ningún otro factor que lo perturbara, naciera hasta apoderarse de todo su cuerpo y su mente en una explosión de tranquila serenidad que llenó todo su ser hasta desbordarlo.

"Soy libre", pensó con agrado, casi con placer.

Se deslizó bajo sus mantas, dejando que la tela besara su piel cubierta por el pijama. Los brazos, cruzados detrás de la cabeza, sirvieron de cálida almohada, mientras se sumergía en un profundo sueño, el mejor que hubiera tenido en muchos años. La lluvia afuera azotó la ciudad sin piedad. Pero en su corazón ya no había tormentas, tan solo tranquilos momentos que se sumergían en la distorsionada realidad de los sueños, como arrullados por el compás de su corazón que se tornaba cada vez más lento, más acompasado, hasta que finalmente las últimas fronteras de la realidad ya no pudieron alcanzar sus ojos ni arrancarlo de los brazos de Morfeo.

lunes, 21 de mayo de 2007

My own Private Hell

cuando tuve 15 años me dí cuenta de un detalle muy curioso, cómico: sabía escribir muy bien, y mejor aún si era en cuestiones de amor. Por alguna razón mis cartas, tan falsamente sentidas, funcionaban de una manera inesperada. Podían arreglar peleas de novios (y divorcios, en una ocasión) con una sinceridad que no esperaba. pensé que era por la sinceridad de quien las escribía, porque al no conocer a sus destinatarias pensaba en lo mucho que podía como hombre darle a alguien a quien se las escribiera con sincero sentimiento.

Pasó el tiempo y de alguna manera, quizás las circunstancias, fui aprendiendo poco a poco que el amor, como tal, es solo una ilusión irrisoria a problemas que solo existen adentro. Que lo haya, quizás sí lo haya, pero es tan difuso que a veces no hay diferencia al momento de tenerlo en las manos y asumirlo. Porque quizás pido mucho. Porque quizás lo que tengo a mano es poco. O porque yo sea poco. De eso no estoy seguro, pero sí sé que me he complicado la vida a mares con eso.

Tuve una mujer que era muy experimentada, a la que jamás dije nada y que de plano me alejé para evitarme problemas. Tuve una mujer bella e inexperta, a la que amé tan desesperadamente que mi mismo sentimiento de culpa me hizo cortarle para después descubrir que todo había terminado mientras me había convencido de lo contrario; una a la que respeté hasta los límites de dejarme manejar y manipular sin exigir nada; y ahora, solo estoy pasando como el amante de otra mujer, verdaderamente caprichosa, inestable pero que me tiene sinceramente enamorado.

Ironías de la vida, diría yo.

Pero en realidad, estos son solo detalles que pasan. Ya he aprendido a ver la vida como una serie por episodios. EN varios de ellos he estado a punto de cometer suicidio por desengaño. En otros, he bebido sobremanera. He hecho porquerías tremendas, venganzas, cosas que he disfrutado con sincero deleite, y también hermosas obras que me llenan de tranquilidad. No hay balance certero; solo pasado, solo cenizas, que he dejado atrás.

Quizás por eso me dedico a pensar en las cosas que me han pasado. Ahora hay una diferencia, que ya no las extraño. Solo estoy tratando de pensar en esos errores, y me doy cuenta que estoy metido en uno de tamaños mayúsculos. Es como si hubiera descendido en una espiral inversa y que me estuviera tratando de escapar, pero sabiendo como se escapa, así haya que dejar pedazos de mí mismo en ella. Sin embargo, esta vez la idea de sufrir, de retirarme ya no me duele, es más, me parece un proceso tan natural como tranquilo.

Es decir, le saqué el callo al sufrimiento. En el otro blog me cansé de expresar de maneras tan artísticas el valor de estar atravesando por un verdadero infierno que cualquier otro me parece un soberano chiste. De hecho, éste es uno de esos. Casi divertido. Solo hay que esperar a que pase la tempestad, que será corta y tranquila, y regresaré a mi tranquilidad, confortablemente solitaria, sin que nada la interrumpa, solamente mis pensamientos.

Nada existe que ya me pueda romper por dentro. El amor en sí, es solo una incógnita, pero desglosado en sus efectos, solo es la voluntad para hacer que corran los sentimientos cuando solo debe fluir la razón. Es por eso que se prefiere al que se prefiere, que el malo en los novelones de Corín Tellado son los que más convienen. Es como buscarle explicaciones a momentos que solo deben ser detallados bajo la óptica de quien ya ha olvidado. Por eso las cenizas de mis recuerdos, tan frías, son lo que queda de tantas lágrimas de sangre y tantos alaridos mezclados con negras poesías y blasfemias a dioses sordos. Solo quedan, a fin de cuentas, los momentos que uno se recuerda a sí mismo sufriendo, cuando ya se está tranquilo y estable. Por eso, cuanto más veo de lejos todo lo que me pasó, y trato de pensar en lo que tengo ahora, sé que eso solo es una sombra, que se esfumará cuando las palabras hayan dejado de resonar, ya que duermo bien, y no solo eso, sino que me reservaré mis lágrimas para el día en que se mueran mi hermano o uno de mis amigos, o quizás mi padre. De resto, solo me agrada pensar en mi funeral, que espero sea tranquilo (siempre y cuando sigan al pie de la letra mis instrucciones) y que solo los pocos que vayan no piensen nada clichesco sobre la muerte, que solo sepan que lo malo para mí se acabó. Lo único malo (y por eso lo estoy disfrutando por adelantado) es que no voy a estar ahí gozándolo, solamente estaré quizás desde el verdadero infierno (o desde el cielo, salvo mis blasfemias no he cometido nada realmente malo).

Recuerdo los días cuando la sola mención de ** me hacía arder los ojos en lágrimas, fuera de lo que fueran, en plena calle. Ahora que pienso en lo mismo pero con --, solo me doy cuenta que quizás suelte un leve "hum" y siga caminando. La vida nos vuelve de piedra y nos calcina las extremidades de los sentimientos sinceros. Ahora podría escribir lo mejor, lo más romántico, porque sé que de frente, estaría mintiendo. Solo que lo que escriba ya no arregla matrimonios (y mucho menos, mi trillada vida sentimental) pero quizás le resulte interesante al que desee corroborar sus sospechas.

Éso lo sabían Rubén Darío y Baudelaire, y Rimbaud. Me apuesto a que todos serían simples zapateros si las personas a las que amaron les hubieran hecho caso. Que serían seres humanos nadando en la empalagosa felicidad de la gente común. A veces pareciera que la hubieran extrañado, pero lo que escribieron fue tan bueno que muchos agradecen que no hubiera sido así. O al gran Ernest Heminghway. pero curiosamente, salieron ilesos de sus infiernos, pero tan enloquecidos que rayaron con sus maldades los límites de la mediocridad que acompaña a esa felicidad obscenamente común y anónima hasta henchir se en la inmortalidad de sí mismos. la gente que sufre los lee cuando se dan cuenta que las oraciones desesperadas no funcionan contra la libre voluntad de la gente, ni tampoco sus sentimientos, por sólidos que sean, porque si sufren es porque solo fluyen en una vía, la de ellos mismos. Por lo pronto, voy a explorar este mismo estado: quizás sea otra manera de imbuir con normalidad lo que para otros sería el desastre que los mutile, quizás porque ya me pasó y tampoco fallecí.

Quizás camine entre la llovizna fría del parque de Lourdes, quizás entre las calles de Santa Isabel; por más que me esfuerce en sufrir, solamente lograré regurgitar imágenes. Sufrir es el estado en el que la atención se concentra en presentar, en delicadas bandejas para cabezas cortadas, aquello que no se tiene y que a pesar de merecerlo, no se tendrá. Si tan solo pudiéramos sufrir dos veces la misma pena, nos daríamos cuenta de la infame manera en que nos torturamos a nosotros mismos, solamente para desvanecer cualquier duda de la adicción al dolor. Una vez se presenta la renuncia a este veneno, se pierde la noción de la realidad y solo queda la inmundicia de despreciar a su hermana gemela, el amor. Porque la muy tonta goza cuando comparte el lecho con sus víctimas, pero insiste en hacer tríos con su hermana la desgracia, que es la única que siempre permanece sentada al lado de sus obras.

"... Se acercan tiempos Oscuros y Difíciles".

No se trata de emular hasta en la vida las novelas de HP. Se trata de una frase que me impactò profundamente de la serie.

La sabiduría, tal como la percibo, es tener siempre a mano las opciones requeridas para salvarse o esquivar fallas que pueden llegar a ser mortales.

Esta es la inquietud:

Desconfío plenamente de --. No puedo dejar de pensar que en realidad sigue con -*, y la verdad, estoy empezando a pensar que solamente he reemplazado a un amante en la lista de --. Es feo, pero ya no dispongo de más información, tan solo mis sospechas. Lo malo es que en este transcurso de tiempo, he tratado de darme a la idea de que esto podría tomar un mejor rumbo y arreglarse a tiempo, pero no veo salidas, solo noto que cada vez más se torna oscuro, raro, lleno de secretos en lugar de haber sinceridad. Si solo hubiera estado buscando placer carnal creo que debiera darme por satisfecho. Pero he puesto parte de mi corazón allí y he arriesgado lo suficiente como para merecer algo. Solo que al no haber árbitros o jueces, enmpiezo a darme cuenta que todo ha sido absolutamente en vano. No hay solución ni salida. No hay esperanza ni verdad en esto; solo una larga ristra de lujuria. Admito que una vez ya combatí la soledad y me estaba acostumbrando. La soledad tiene cara de perro, es una compañera tan forzada que a veces no logro entender como es posible tolerarla cerca. Aunque mis sentimientos, que son tan tremendamente fuertes debido a las frecuentes deprivaciones que tuve de los mismos, puedan llegar a afectarme seriamente, ya sé que no me matarán, pero tendré que afrontarlos si no quiero verme sofocado. No tengo el nervio para ser un vulgar amante. No quiero serlo. Pero no tengo pruebas; tan solo el instinto y a mucho honor, el orgullo. Por eso estoy llenando mi cabeza de cuanto pueda. Quiero enfermarme e intoxicar mi mente hasta que vomite y pueda ver con claridad lo que me está pasando, que dicho sea, me lo busqué, no hay excusas por mi parte. Estoy afrontando esto con el orgullo enconado, como si este amor fuera una uña que rompe el músculo y deforma lo que haya. No siento rencor, solamente vacío, un vaciío familiar, que quizás se sume a mi apetito sexual (que se ha acallado por estos días).

Quisiera saber, quisiera poderle preguntar a alguien si en verdad frases de sumisión en ese aspecto pueden forjar un sentimiento poderoso, o si se se trata de alimentar la vanidad inherente a todo hombre. O acaso escuchar cosas como "eres un dios del sexo" hace que realmente uno necesite eso para poder sentirse bien? es un contrasentido, que personalmente está empezando a despertarme un asco infinitamente grande. Asco de mí mismo. Del orgullo. Del ego.

A fin de cuentas mi objetivo era poder estar con una mujer que supliera físicamente lo que quería. No lo logré? delgada, rubia, buena amante, intensa, fuerte, tanto que ya está empezando a ahogarme. Siento como si, en las novelas de pulp fiction, tuviera que matarla para deshacerme de ella. No sería raro. Pero a fin de cuentas, lo que me hizo falta por desear, era que no me enamorara, poder reírme fríamente del idiota que estuviera soportando la carga de una mujer infiel, lo mismo que tuve que aguantarla yo cuando me separé de **.

Venganza.

Logré mi venganza y ahora estoy metido en algo que realmente ahoga y mata.

"... Se acercan tiempos Oscuros y Difíciles, Paul".